Tepic, Nayarit; 17 de abril de 2024
Qué triste que hoy en día haya mexicanos, ya sea por nacimiento o nacionalizados que critican a México por su nobleza de dar asilo a infinidad de personas de diversas naciones a lo largo de la existencia de la República Mexicana; triste, porque existe la probabilidad que, entre esos mexicanos de ambos tipos, haya descendientes precisamente de asilados a los que nuestro país les abrió los brazos en un acto de humanidad sin tomar en cuenta ideología, religión o género.
Los resultados del asilo que ha proporcionado nuestro país son claramente palpables, sobre todo de quienes llegaron de la península ibérica en los años 30 y posteriores debido a la guerra civil española, así como de otras naciones en las que, por diversos motivos y conflictos en sus naciones de origen, decidieron venir a México, en donde terminaron de formar a sus familias, además de encontrar trabajo en diversos ámbitos; pero sobre todo en el arte y la cultura.
Claro que existe la posibilidad de que hayan llegado a nuestro país los nativos de otras naciones buscando nuevos horizontes o más oportunidades para su desarrollo ya fuera intelectual o laboral; gente de otras naciones que no nada más encontraron un buen destino en nuestro país, sino que contribuyeron al desarrollo del país que les abrió las puertas de buen grado; he ahí a las comunidades libanesas, judías, asiáticas y, desde luego, a los afro-mexicanos que si bien, sus ascendientes o antepasados, muchos de ellos no llegaron al continente americano por gusto, sino traídos a la fuerza o que llegaron huyendo de otras latitudes y, aunque a estos últimos les haya tocado una suerte un poco más adversa, aun así, ahora son mexicanos que de una u otra forma han estado y están contribuyendo al desarrollo de México.
Cuando las dictaduras en Centro y Sudamérica, así como los golpes de estado subsecuentes, México recibió a chilenos, argentinos, uruguayos, paraguayos, nicaragüenses, panameños, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos y de todos los confines de Latinoamérica que tuvieron esta clase de atentados contra la libertad, contra la democracia y hasta contra la libertad de pensamiento.
Pero también en nuestro país están por propia convicción canadienses y estadounidenses y no nada más quienes ya son pensionados en sus países nativos, sino hasta ciudadanos de esta parte de Norteamérica que les ha gustado nuestro país para de alguna forma contribuir con su vida aún activa, para desarrollar sus aptitudes con las que de alguna forma contribuyen al desarrollo de México.
Personas de otras latitudes del mundo han llegado a México no nada más a partir del siglo XX, sino desde mucho antes; incluso, desde la primera llegada de los españoles, cuya cruel invasión no hubiese sido posible de no ser por la hospitalidad de los nativos de aquel entonces. Que después se hayan desarrollado conflictos bélicos, estos fueron por defensa al no entender los ibéricos la buena fe con que fueron recibidos al principio; una buena fe de hospitalidad que confundió a los españoles que, en vez de agradecer los hizo más codiciosos y ambiciosos aún. Pero aparte de la hospitalidad, el asilo existió desde antes de la llegada de Hernán Cortés y sus huestes de enfermos aventureros, ya que en su libro de “La vera historia de la conquista”, Bernal Díaz del Castillo narra que al llegar al Caribe, entre unas de las primeras tribus que avistaron, había dos españoles viviendo ya como nativos; uno de ellos los siguió en la aventura al interior del continente y el otro decidió quedarse con la tribu que les había dado albergue cuando naufragaron en una expedición anterior a la de Cristóbal Colón.
Queda claro que hoy en día la mayoría de los mexicanos somos mestizos. Y son mestizos de donde han salido voces que tal vez muy dentro de sí o abiertamente, quisieran que México le pidiera disculpas al presidente de Ecuador, Daniel Noboa, por haber invadido la Embajada Mexicana en Quito; que señalan abiertamente que todo esto sucedió por culpa del presidente Andrés Manuel López Obrador, supuestamente por inmiscuirse en asuntos que competen nada más a aquel país sudamericano; incluso, como ya es sabido y conocido, la senadora originaria de Sonora, pide disculpas al presidente ecuatoriano porque el encargado de la Cancillería Mexicana en Ecuador, violentó suelo ecuatoriano cuando salió de la Embajada Mexicana tratando de impedir que se llevaran al expresidente de ese país, Jorge Glas. Puro güerito los que protestan; ningún mexicano originario.
Sea pues. Vale.